lunes, 15 de junio de 2015

La profecía de Orwell

El célebre escritor británico George Orwell auguraba un futuro nada esperanzador en su novela ‘1984’, donde planteaba una sociedad regida por un estricto control cultural y personal, donde sentir emociones estaba castigado. Sin embargo, lo que Orwell aún no había terminado de presagiar es que su profecía quizás no estaba tan lejos de cumplirse, aunque no del mismo modo que esperaba.
La realidad del mundo actual es el siguiente: una sociedad en la que los principales referentes culturales son Gran Hermano, Justin Bieber, y en la que a su vez los móviles de última generación ejercen como distintivo tanto económico como social, es cuanto menos que preocupante.

Cada vez hay más periodistas, psicólogos y entendidos en la materia que afirman que nos encontramos ante un aletargamiento de masas, hablando en cristiano, lo que vendría a ser un “amamonamiento general” con el que los poderosos (o mejor dicho, todos aquellos que manejan el cotarro) pretenden distraernos con elementos de masas como los móviles, capaces de hacer realidad nuestras más profundas fantasías con pantallitas de tan solo 4-5 pulgadas de tamaño, y la televisión, capaz de mantenernos horas y horas pegados a la pantalla con programas que plantean modelos de conducta infantiles, superficiales y sin ningún tipo de valor humano que ofrecer al gran público. Precisamente, desde su condición de entretenimiento sencillo y sin pretensiones es desde donde se adueñan de la gran mayoría de consumidores que se deleitan con ellos. Y sin duda esto es fácilmente aplicable al cine, donde parece que cada vez hay un mayor número de películas destinadas a gente sin cerebro alguno y que prosiguen recaudando más y más, o el fútbol, que genera inversiones e ingresos ultramegahipermultimillonarios a costa de unos cuantos tipos que solo saben dar patadas a un balón, pero esto ya es cosa aparte.

A mí lo que se acerca a quitarme más el sueño es la peligrosa similitud que parece establecerse en nuestra realidad, cada vez mayor a la pesadilla formulada por Orwell, donde cada vez resulta más complicado encontrar a personas que sean capaces de pensar o reflexionar con cierta postura crítica además de que su pensamiento se vea condicionado e influenciado, donde los individuos cada vez poseen un mayor número de adicciones estúpidas que antes no tenían, y donde cientos de distracciones disfrazadas como “inofensivos entretenimientos” nos alejan cada día más de aquellas cosas que sí importan de verdad, y que consiguen que no seamos capaces de sentir interés o tomar partido por las mismas, como es la incultura política.
Poco a poco, la llamada “era del aborregamiento” continuará haciendo mella en la sociedad esclavista que se encuentra en proceso de creación, y a falta de superhéroes reales capaces de tomar partido en un asunto tan espinoso como éste, hilvanado de una manera tan sutil como eficaz, debemos aspirar a ser nosotros mismos los que seamos capaces de abrir los ojos más allá de lo que somos capaces de vislumbrar.
El futuro nos dirá todo aquello que nos depara, pues más allá de esta a priori rocambolesca “teoría de la conspiración” hay mucho más de fondo. Una sociedad que solo piensa en todo aquello que cree necesitar y que se preocupa únicamente de sus banalidades, billones económicos en juego, y una sociedad fragmentada cada vez en dos grupos cada vez más separados desproporcionalmente en cuanto a inteligencia, personalidad y sobre todo, número: los que piensan y mandan, que guían en manada a todos aquellos que como corderitos harán lo que se les pida, y se quejarán cada vez menos.
Hasta que ya no haya nadie en discordia y únicamente reine el “pensamiento único”. Hasta que la profecía de Orwell se cumpla.

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